El
cristianismo en realidad nunca fue una religión; era un esfuerzo espiritual que
intentaba ir más allá de lo que las leyes y normas convencionales de toda
sociedad exigen. Fue convertido en religión como una manera de aplacarlo, de
quitarle su fuego revolucionario y subversivo. El Maestro mostraba con el
ejemplo qué cosa era el cristianismo, cuál era su mensaje: pasar por el
calvario, por el vía crucis y morir en nombre de la verdad y el amor. Demasiado
reto para que sea fácil aceptarlo.
No
basta con ser buenos
Si el
objetivo del Cristo hubiera sido decirnos que “teníamos que ser buenos” no
necesitaba hacer lo que hizo: todas las religiones, las autoridades, las
sabidurías y disposiciones legales y populares dicen lo mismo: tenemos que
respetar al vecino, ayudar al prójimo, cumplir con nuestros deberes y ser
personas probas y de bien para nuestra sociedad. Tanto el judaísmo como las
leyes romanas lo especificaban claramente y era algo que cualquiera, pobre o
rico, sabio o necio, podía cumplir sin ser crucificado.
Una
propuesta atrevida
Pero el
cristianismo en realidad está más allá de ser solo buenos ciudadanos, buenas
personas o de hacer el bien; todos lo hacen, hasta los que se dedican al delito
(como lo demuestran las mafias y hasta los más connotados narcotraficantes). El
cristianismo trae una propuesta atrevida, conspiradora, que rasga por completo
el orden de toda sociedad. Nos propone que no es suficiente con ser solo
buenos, con cumplir bien nuestros deberes, con hacer caridad con los pobres o
acudir a los templos a rezar y hacer los sacrificios. Para eso no se requiere
saber qué es el cristianismo. Éste trasciende lo que pensamos que es lo
correcto.
Su
objetivo
El Cristo
dijo que el objetivo era otro al que cualquier sociedad nos obliga; se trataba
de eliminar de nuestra alma, de nuestro espíritu y de nuestro ser, el egoísmo,
la soberbia, la ambición y volvernos simples y humildes como el que menos.
Despreciar las cosas que nos rodean como valor y verlas solo como parcialmente
útiles y nada más. Apartarnos lo más posible de la riqueza y de los placeres de
la vida mundana para vivir con la mayor sencillez posible. Y todo ello hacerlo
en nombre de Dios, que es bueno incluso con los malos.
El
prójimo antes que nada
Pero no
solo eso: además decía que a Dios no se le adoraba en el templo puesto que él
no lo necesita como tampoco necesita los rezos ni sacrificios: Él lo tiene
todo. Lo único que Dios le pide al hombre es que trate a su prójimo como si Él
lo fuera, que en vez de dar limosna al templo y al sacerdote se le dé a quien
más le urge; que en vez de apoyar y beneficiar a los más poderosos se haga eso
mismo pero con los más débiles y necesitados. Todo esto ninguna sociedad lo
pide; al contrario, el ser “buenas personas” no implica que abandonemos
nuestros beneficios, privilegios, derechos y glorias.
Casos
aislados
Hubo
algunos que, arrebatados por el entusiasmo, se dejaron llevar íntegramente por
dicho mensaje (como San Francisco de Asís, hijo de un rico comerciante) y se
lanzaron a la aventura de ser cristianos auténticos, al margen de lo que la
religión oficial dice que es. A quienes como San Francisco tuvieron la suerte
de sobrevivir a ello (debido más a su origen aristocrático) los convirtieron en
“santos” como una manera de excluirlos y alejarlos lo más posible de la gente
común para nadie siguiera su ejemplo. Fueron calificados de “iluminados”, de seres
excepcionales que existieron “porque Dios lo quiso”; pero el resto debe
dedicarse a su vida rutinaria. Ser santo, ser cristiano, es solo una excepción,
no la regla.
El
cristianismo hoy
Hoy en día
el mensaje cristiano, después de tanta manipulación, tergiversación y
utilización, está desdibujado, deformado y trastocado, adaptado a una vida
moderna que es, por el contrario, todo lo opuesto a lo que significaría ser
cristiano. Los “mercaderes del Templo” que fueron azotados y echados por el
Maestro con ira, son, por el contrario, quienes se han impuesto en el mundo
creando la llamada “Sociedad de mercado”, por encima de la sangre real y la
disposición militar de los emperadores. “Éste mundo”, el mundo moderno, no es
el del cristianismo ni mucho menos: es el del dinero, el del hombre, el del
demonio aquel que le propuso al Mesías tener poder a cambio de que lo adorase.
Actualmente ser cristiano es solo un título desgastado, que ya no sirve para
nada útil.
¿Es
aún posible ser cristiano?
Pero ¿puede el mensaje todavía tener
sentido? Si lo vemos estrictamente sí, puesto que las condiciones que se
describen en el Evangelio son casi las mismas en lo esencial. Salvo en la
tecnología, que es como un cuchillo que puede ser bueno o malo según se lo use,
el resto es exactamente igual: la envidia, el odio, la soberbia, la ambición,
el desprecio, la vanagloria, la hipocresía, la mentira, el crimen, el abuso y
todo lo demás siguen siendo hoy tal como eran durante aquellos tiempos
evangélicos. La llamada “evolución” es solo una quimera inventada por los
poderosos para hacer creer que “la humanidad ha cambiado” cuando lo único que
ha cambiado realmente son los conocimientos científicos y técnicos que en nada
afectan ni la mente ni el corazón del hombre.
El
mismo reto
De modo
que ser cristiano, tal como se planteó en su origen, sigue siendo tan válido y a
la vez tan “imposible” como lo fuera desde un comienzo. Imposible puesto que el
tratar de serlo implica una serie de renuncias y de denuncias que así no más
nadie está dispuesto a realizar. Es difícil que alguien quiera abandonar lo que
tanto le ha costado: la seguridad, la tranquilidad, el prestigio y honor de ser
“un buen ciudadano”, solo para seguir unas normas morales extremas que, a fin
de cuentas, no son necesarias para vivir. Y si por alguna razón lo intentáramos,
inmediatamente nos daríamos cuenta de el por qué el Redentor fue tratado como
lo hicieron y terminó como lo hizo. No tiene mucho sentido que alguien se haga
cristiano y no sufra al menos una parte de lo que el modelo, el guía, sufrió.
Ni antes ni ahora el mundo está dispuesto a admitir esas “creencias” o
“recomendaciones” que hoy podemos leer en el Evangelio.
Quién
sabe
Pero quién
sabe; viendo las posibilidades que este mundo humano le ofrece a la gente
(mundo planteado como una lucha por la sobrevivencia donde no existe espacio
para la piedad hacia los débiles) no es improbable que quizá alguno lo intente
de nuevo. ¿Por qué razón? Tal vez porque, a pesar de lo que se asegura con
firmeza, la existencia de un Dios no sea algo tan descabellado como ahora
parece. Que pueda ser que el destino de la humanidad no se reduzca a cómo se
alimenta, se reproduce y muere como hoy en día nos afirman que es. Que es probable
que haya un plan divino tan misterioso que de algún modo nos esté esperando
para que sea la única vía que tengamos para liberarnos de la vida común,
corriente y rutinaria que hasta ahora vivimos como si fuera la única posible.
Quién sabe si esta verdad no haga libres.